Por qué no se debe trasladar la capilla

A raíz de la reciente decisión del decano de nuestra facultad de trasladar la capilla a un aula mucho más pequeña, se ha vuelto a cuestionar la necesidad de la presencia de capillas en la universidad pública (objeción que ya hemos contestado aquí) o de la resistencia de los católicos a trasladarla, sobre todo con los problemas de espacio que hay actualmente. Es a esto último frente a lo que me dispongo a dar razones en sentido contrario.

 

La Universidad perjudicada


En primer lugar examinemos la única razón aducida por el decano y que convenció a la junta de la facultad para secundarle: la necesidad de espacio para más aulas. La falta de espacios adecuados para las clases vendría, principalmente, del solapamiento de dos planes de estudios distintos, esto es, grado y licenciatura, que obligan a duplicar los grupos y a casarlos en la tabla de horarios, con el agravante de tener clases de distinta duración y empezar y terminar a horas dispares.

 

Siendo este un problema de organización evidente, (que no de espacio, como se aduce desde el decanato) al término de las clases regulares de la licenciatura, en tan sólo dos cursos, se terminaría el problema, reduciéndose de nuevo los grupos a la mitad, con la misma duración de clases y misma hora de inicio. Mas el decano no especificó en ningún momento que el cambio de la capilla fuese a ser temporal, o sujeto a la necesidad de aulas, por lo que, habida cuenta la dificultad del cambio, es de suponer que la capilla se quedará en el aula B-6 indefinidamente.

 

A pesar de eso ¿ayudaría en algo el disponer del recinto de la actual capilla para la organización de los horarios? Sin duda alguna mejoraría en cierta medida, pero no lo suficiente como para que fuese apreciable. Ya hay aulas mayores que la capilla que se quedan vacías durante toda una mañana o una tarde, varias veces a la semana. Además de la sustracción de un aula modernamente adaptada (con cañón proyector, sillas-pupitre acolchadas y ordenador) a la facultad, preparada para uno de los muchos grupos pequeños de especialidad.

 

Y, con lo que respecta a aulas vacías, la reciente construcción de un edifico multiusos para varias facultades justo al lado de la nuestra, que cuenta con instalaciones último modelo y gran cantidad de aulas, vino a solucionar los problemas de espacio de muchas facultades. ¿Por qué el decanato, que tenía derecho a un número determinado de ellas, no las aprovechó? ¿Y de haberlo hecho, por qué éstas permanecen vacías mientras que nosotros tenemos, según el decano, problemas de espacio? En ese caso ¿por qué se están dando en nuestra facultad clases propias de filología cuando ellos tienen una facultad propia? Como vemos, el problema no es el espacio.

 

El aula B-6 está alojada en el pasillo de musicología, un pequeño corredor cerrado por una puerta que tiene alrededor de diez habitaciones de similares dimensiones, sin duda diseñadas para servir de despachos. Con tan sólo los asistentes a las misas diarias de la capilla se llenaría por completo el susodicho pasillo y se impediría al resto de usuarios del mismo acceder a cualquier otra habitación. Esto sin contar con el hecho de que musicología está situada justo delante de reprografía, y que las colas que se forman allí coincidirían con las aglomeraciones de ciertas celebraciones, formando situaciones de auténtico caos. El acceso a toda un ala de la facultad quedaría bloqueado por la gran cantidad de gente que se agolparía.

 

Otro factor a tener en cuenta es el ambiental. La misa y las diversas celebraciones no son silenciosas, y el tabique de la B-6 lleva a otras aulas y despachos, sin separación alguna ni aislante sónico digno de mención (además de estar precisamente en un departamento especializado en estudiar música que tendría que ser escuchada).

 

Por otro lado, el traslado de todo el material de la B-6 a otra ubicación y el reacondicionamiento de la misma como templo, aún de la forma más económica, significaría un gasto extraordinario que la facultad, con el edificio pendiente de una urgente rehabilitación millonaria y hasta con las fotocopias de cada departamento tasadas y limitadas, no debería asumir. A menos, claro está, que el decanato cuente con una fuente de ingresos desconocida para los demás, lo cual podría explicar las pantallas panorámicas de televisión que adornan desde hace un tiempo nuestras agrietadas paredes.

 

Por último, cabría señalar que, salvo que el decanato se imponga manu militari y profane un templo sagrado que debería custodiar, el traslado sólo podría llevarse a cabo después de que la Pastoral Universitaria desacralice el lugar adecuadamente, lo que podría significar, en el supuesto muy hipotético de que aceptasen, un retraso de varios meses.

 

Es, por tanto, una decisión negativa para el conjunto de la comunidad universitaria.

 

La libertad perjudicada

 

A pesar de lo ya expuesto, hay cuestiones más graves en juego, como el derecho más básico de práctica de culto.

 

El nuevo emplazamiento de la capilla impediría que muchos de los que hoy acuden a las misas y diversas celebraciones litúrgicas puedan hacerlo, dada la ínfima capacidad de albergar a gente que tiene el aula. Por otro lado sería imposible trasladar el altar o el mural de la Virgen María que hay en la actual capilla, so pena de introducirlo diagonalmente u ocupar toda una pared respectivamente. Habría que prescindir del confesionario y de los pasos del vía crucis, pese a tratarse de simples carteles tamaño folio y cruces de no más de un palmo de alto, no habría sitio para ellas.

 

El Sagrario, por otra parte, no podría estar empotrado en la pared, ya que es prefabricada y colinda con otras oficinas y con la secretaría para mayores. Colocarlo en un Sagrario portátil sería impensable, debido al altísimo riesgo de robo y profanación que eso implicaría.

 

La imposibilidad de albergar sacristía alguna privaría al capellán de su lugar de trabajo, al grupo de católicos de su lugar de reunión y de un simple armario para guardar las vestimentas y elementos litúrgicos con un mínimo de dignidad.

 

La insonorización del aula haría imposible mantener silencio en la capilla, y privaría a todo el alumnado, PAS y profesorado del lugar de descanso y silencio que es hoy la actual capilla.

 

Y lo más importante, el traslado es tan sólo una maniobra destinada a la eliminación a largo plazo de la capilla, reduciéndo cada vez más su espacio asignado, como ya se hizo hace años, y buscando sacar a Dios de la universidad.

 

De trasladarse no se podría colocar, como ya venimos haciendo varios años, ningún Belén por Navidad, o nos obligaría a colocarlo en el hall, justo delante de las sedes de la UHP y Luna Nueva y en mitad del paso.

Por último, no se podría llevar a cabo la campaña de Navidad de recogida de ropa y alimentos para los más necesitados destinados  a las Hermanas de la Caridad, por carecer de espacio para almacenarlos. Al final los perjudicados siempre son los mismos.